PROFES, PADRES Y ESTUDIANTES: LA EDUCACIÓN

En 1997, los auxiliares del colegio público en que estudié, usaban la sorna y correas o palos como instrumentos didácticos de disciplina con los que dejaban nuestros traseros como de babuino luego de alguna picardía que mis compañeros o yo hacíamos y que ellos llamaban malcriadez. El profe de Geografía se la pasaba dictando las dos horas de clase que teníamos a la semana y nosotros escribiendo lo que decía. Nunca enseñaba nada de lo que decía. Como nuestras memorias eran frágiles y su curso frío y aburrido, para aprobar el examen debíamos tatuar con lapiceros de marca Novo nuestras manos, brazos y antebrazos con los conceptos que él era incapaz de explicar. El “geógrafo” era la máxima expresión de la educación bancaria que combatió Paulo Freire en Recife y en Latinoamérica. Otro profe, el de mate, “el salvaje” como soterradamente le decíamos para evitar los palazos que nos metía, nos enseñó que sólo los brutos estudian y que los vivos debían comprarle polladas cuyo pago compensaban su irrisoria remuneración. Nos estaba preparando para enfilar las portátiles de mediocres políticos que hoy nos gobiernan y que hacen estéril la meritocracia que hoy reclaman las reformas laborales del sector público. Por esos días aprendí lo que los abogados llaman cohecho pasivo impropio cuando un golfo profesor de inglés que disimulaba su calvicie con un gorrito, me pidió 20 soles para mejorar mis notas. La última centuria del calendario gregoriano en los colegios públicos provincianos, estaba ornamentado de estos guías.

El cole era masculino y ante la ausencia de musas nos enamorábamos a nosotros. En los primeros años de nuestra secundaria, nuestros uniformes eran de color plomo, casi como el traje de las ratas que canturreaban intermitentemente por el Lurigancho, el viejo pabellón de tapia con ventanas cuadrangulares cubiertas con rejas verticales de metal roñoso, que a ninguno de nosotros, creo, importaba, quizá porque era más cobijador de los lugares en los que pernoctábamos. No nos interesaba ni a los que éramos el futuro del país, ni a nuestros progenitores. Para nuestros padres, el último año de nuestra estadía colegial, lo más importante era nuestro viaje de promoción. Ese año, luego de avinagrados debates sobre la fiesta y el viaje de promoción, se aprobó que “el tono” sería a una cuadra del cole, a espaldas del taller de construcciones metálicas en cuyo techo de oxidada calamina habitualmente vagábamos los dos días de la semana que nos tocaba taller, mientras el profe enamoraba a la cafetinera según nuestras tesis de adolescentes. Mi madre y la mamá de mi compañero Jesús, fueron tesoreras de la Junta Directiva del Aula. Terminaron odiándose. Jesús dejó de hablarme y yo siempre lo miraba de reojo, nuestras madres nos heredaron sus sentimientos, aunque nunca supe exactamente por qué se pelearon. Después de la fiesta de promoción, un 17 de diciembre, nunca más volví a ver a todos mis compañeros juntos. Casi todos nuestros padres terminaron borrachos y yo enamorado y chasqueado de mi socia de baile. El viaje de “promo”, nunca se realizó.

El “toro”, uno de “los más viejos” y membrudos del salón (que tenía casi 20 cuando todos los demás bordeábamos los 16), heredó de sus provectos padres el acento quechua que nos sirvió de insumo para ser escarnio de él, pero también para que, sarcásticamente, lo eligiéramos brigadier del aula con la tiránica y viciosa democradura que practicábamos. Un día, al “toro”, un soldado que vino a “enseñarnos” Instrucción Pre Militar, le hizo pasar un lengüetazo por la pared de nuestra aula que estaba barnizada con polvo y decorada con imágenes obscenas de autoría de algunos artistas del salón. Nunca dieron de baja al soldado, ni a sus superiores por lo que le hizo a nuestro brigadier. No había entonces Psicólogo por Colegio. Nunca nos enteramos que existía el Código de los Niños y Adolescentes y si alguna vez entonces alguien oyó de Dan Olweus y de “el bullyng”, probablemente pensó que eran un actor de Holywood y una “peli”  de estreno y quizá si Daniel Pennac hubiese sido estudiante del “Poli”, su Mal de Escuela hubiera tenido como coprotagonista a nuestro querido compañero con mote de rumiante. No sabíamos nosotros que éramos, sólo queríamos ser felices, la chacota era nuestra gloria. Haber llegado a Quinto Grado “L” nos hacía seres superiores dentro de los muros de la institución, nos daba el derecho a la coronación, a ser respetados por los menores, a zamparnos, luego de un manotazo, el combinado de los distraídos de generaciones inferiores, a venir con un polo de cuello redondo debajo de la chompa de cuello “V”, a usar el peinado de tipo hongo o a ser pelucón, a ir al cole con el pantalón polistel y zapatillas blancas, a enamorar a las profes practicantes, a la teacher de inglés (como antes llamábamos a las que ahora llaman miss) o a la mamacita de economía, a chancarlo al “auxi” o la loca Villena (el profe de historia), a comandar la lucha contra “los sapos” (nuestros némesis del colegio Santa Isabel), a garabatear las carpetas o a romperlas porque nos daba la gana, a fugarnos del cole para lo cual era indispensable entrar al mismo, a no formarnos en las mañanas porque eso era para idiotas, a no ingresar al salón después del recreo porque eso era de cobardes, a “chupar”, a ser feudales, terratenientes del pabellón y cuando los del Quinto “M”, nuestro principal y fantasmagórico enemigo, osó despojarnos del título de ser los peores del cole, la Guerra de los Cien Años comenzó, aunque sólo duró 9 meses del año escolar de 1997. A las 12:30 p.m. de todos los días, de lunes a viernes, sin embargo, cuando se habrían las compuertas de nuestro reino, de nuestro imperio de muros celestes, volvíamos a ser vasallos de nuestros progenitores. Por entonces Daniel Goleman recién acababa de escribir su Inteligencia Emocional y como nadie lo conocía nuestras emociones para la erudita pedagogía de entonces, eran malcriadeces; y de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner nadie sabía, por lo que si no sabías matemática o física, simplemente eras un bruto.

Han pasado 26 años desde que los del Quinto “L” de la “promo” 97 gobernamos o intentamos gobernar el emporio celeste y, hoy, el Gobierno Regional ha anunciado que tumbará las paredes que nos tuvieron presos 5 años para construir otras. También ha anunciado que tumbará las paredes de otros colegios y escuelas para construir otras paredes. Los profes que no nos supieron comprender, para cobrar las pensiones de sus jubilaciones o de la preparación de sus clases normalmente deben hacer procesos judiciales que duran más de un quinquenio y la autoridad regional se ha hecho sobona del MEF para que le chorreen recursos. Los profes jóvenes de ahora con el cerebro abrumado de psicologicismo usan de palanca su profesión para estudiar otras profesiones con la quimérica esperanza de entrar a otros mercados laborales ya copados por otros jóvenes profesionales (probablemente hoy haya otros profes Villenas, otros auxis, otros profes de Geografía, pero ahora con celular). Las madres y los padres de los hijos de hoy siguen priorizando la fiesta o el viaje de promo de sus cachorros, esperan que la integridad de los profes sea solucionada con su fe en pseudo periodistas que, si son sensacionalistas, mejor. Las APAFAS son algo arcaico, anacrónico, retrógrado, son para los que tienen tiempo, no para los que tienen hijos. Los contenidos curriculares, el aprendizaje de las humanidades (de la historia, de la economía, de la filosofía) es sobrante. La excelencia educativa hoy es cuadricular el cerebro de sus hijos y llenarlos de números y fórmulas que les permitan ingresar a las universidades públicas llenas de vetustos catedráticos, salvo que aumenten unos soles a la cotidiana pensión que gastaban en el colegio privado y accedan de manera directa, sin exámenes – negocio, a las decenas de universidades privadas que existen en el país. Y los hijos ya no piensan en conquistar el mundo o en revoluciones, el mundo ya está conquistado para ellos, los profes no pueden castigarlos porque se van presos, no pueden reprobarlos porque si lo hacen el dueño del cole privado no los vuelve a contratar y si de un colegio público el docente es, lo pueden destituir, a los chicos de hoy no pueden ni mirarlos, porque mirarlos con el ceño fruncido es daño psicológico, no pueden embromar con ellos porque es acoso. Los mancebos hoy no pueden, ni deben trabajar, porque es explotación infantil, no tienen la obligación de prepararse para la universidad porque ahora la profesión se compra, no se gana. Y de “chupar” no se hable, ahora se fuma. Son intocables, son de otro planeta, o son marcianos o venusinos o jupitereanos, se preparan para estar en otras galaxias, no para ser ciudadanos.

Hoy, exigir el tratamiento sistemático del sistema educativo (padres, estudiantes y currículo) es vejatorio. Hoy la educación es destruir paredes para construir otras paredes.